lunes, 9 de mayo de 2011

El psiquiátrico

Hay un capítulo de Bob Esponja Turno de noche en el que el dueño del restaurante donde trabaja como cocinero propone a sus trabajadores alargar la jornada y abrir también por la noche a cambio de… Nada. Esto, a Bob, lejos de enfadarle, le hace increíblemente feliz porque le encanta su trabajo y así tendrá más tiempo para disfrutar.
Andaba dándole vueltas a porqué los personajes como Bob Esponja y su infatigable compañero Patricio, a cuál más estúpido, me resultaban tan entrañables, graciosos y queridos, como ocurre también con Homer Simpson, por ejemplo, y recordé mi primer trabajo.
Me enchufaron en un psiquiátrico, luego me enteré de que incluso había gente que estudiaba para trabajar de lo que yo hacía bajo el epígrafe ‘Auxiliar Sanitario’ pero nosotros, que no nos dejábamos llevar por lo políticamente correcto, nos referíamos a nuestra profesión por aquello que la define realmente, o sea que la distingue de las demás, ‘Limpiaculos’. En otras profesiones también se hacen camas o sirven desayunos pero sólo aquí además de esto se limpian los culos de aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.
La persona que me entrevistó, mas que entrevistarme me advirtió de lo que desconocía y que tampoco podía adivinar bajo el título ‘Auxiliar Sanitario’, le pregunté que si tenía 15 días de prueba, me dijo que sí y pensé que siempre podría echarme atrás, me comentó también la necesidad de trabajar algunas noches, haría mi turno de 10 horas junto a ¡una chica!, con 18 añitos intenté disimular la euforia, ¡pasar la noche en un psiquiátrico, con compañía femenina y encima te pagan! Creo que estaba tan contento como Bob.
Las ganas de pasar la noche en vela, esa especie de aventurilla, desaparecieron al cabo de un mes más o menos cuando el cuerpo empezó a recordarme que la noche es para el descanso, y las ‘chicas’ me sacaban de 20 a 30 años, tristes la mayoría por gozar de una independencia económica que si bien les permitió no tener que tragar con el primer calvo barrigón que encontrasen, en el juego de la criba ganó el tiempo y ahora, estériles, no ofrecían más que la esencia del vinagre mismo. El tema de conversación estrella eran sus sobrinos lo que me aburría soberanamente, aprendí a intentar dormir en vez de charlar con alguien que había perdido toda esperanza de volver a vivir. Y a partir de aquí los ‘Turnos de noche’ dejaron de tener encanto alguno.
Parece entonces que en algún momento fui tan imbécil como Bob, o quizás me fueron quitando lo poco de niño que me iba quedando cuando mi tiempo empezó a convertirse en Dinero...

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