jueves, 2 de junio de 2011

La mentira del IPC no es suficientemente ambigua

Vamos a nadar hoy en esa piscina de cieno que todos vemos y ninguno quiere probar porque un poco de asco sí que da.
Resulta que papá Estado organiza unas encuestas a través de un organismo oficial, el INE (Instituto Nacional de Estadística),  sobre 491 productos (ni uno más ni uno menos) que mucho nos tememos que no incluyan los Ipad (porque para cuando quieran incluirlos ya serán Ipud y costarán el doble), y a raíz del precio de esos artículos, comparado con el precio de los mismos artículos el año pasado, saca un porcentaje. Curiosamente siempre entre un 1% y 5% mayor, que es lo razonable para los que hacen las cuentas. Este porcentaje se llama IPC y está en relación directa con lo que los economistas llaman Inflación divina, algo así como lo que con mi dinero puedo comprar este año en comparación con el anterior.
Pues con estas cifras nos tenían entretenidos. Los funcionarios, entrevistando a miles de familias, llegan incluso a aparecer en los Medios de Formación de masas preguntando al pollero a cuánto están los higadillos (que se vea que no hay trampa). Y si la cifra no se acercaba a lo esperado, papá hablaba con sus amigos, los del monopolio de los carburantes: ‘Oye bájame la gasolina hasta que saquemos el índice’, ‘Aprieta ahora Manolo, que nos quedamos cortos’.
Cuando el hedor se hace insoportable [sólo aventureros] y se habla de ponderaciones, variables, gráficas, índices; cuando nadie entiende nada, es cuando se puede juguetear con el índice. Que si ahora se ha decidido quitar esto y meter lo otro, que si ahora pesa esto más y aquello menos… En definitiva, que si estás en el mundo primero tu IPC tiene que estar entre el 1% y el 5%. ¿Cómo es posible que habiendo multiplicado por 4 (400%) en ocho años el precio de la vivienda (lo que parece un artículo básico) los sueldos hayan subido en torno a un 30%? Cosas del IPC.
Este indicador es importante porque los ancianitos (los que no aparecen en los Medios a no ser que no lo parezcan) cobran su pensión en base a estos números, proporcionalmente, es decir, el que más cobra cobrará siempre más que el que menos cobra. Y además, hasta ahora, la mayoría de los trabajadores tenían como referencia este índice para ver aumentado su salario.
¿Por qué no vale ya para los salarios? Pues porque aunque ya sabemos que ese índice lo único que de verdad nos dice es que se está condenado a trabajar por lo mismo hasta que Dios quiera (hoy por hoy 67 años), a Ellos no les salen las cuentas.
Supone un incremento, irrisorio sí, pero incremento. Sabes que el año que viene probablemente ganarás unas migajillas más y esto da mucha rabia, que tú siempre tengas ganancias y Ellos puedan perder alguna vez. No puede ser. Por eso nos hablan de un nuevo concepto, mucho más justo, ligar los salarios a ‘la productividad’, y aquí ya no hay porcentaje que valga.
Esta entelequia, ‘la productividad’, tiene la ventaja de que a los más inocentes permite creer que si todo le va bien a su empresa, a ellos también les irá bien. Que si su empresa pasa por un bache, todos nos ajustamos el cinturón. Parece justo. Y la ventaja para el empresario de que puede mantener su productividad en los números que le parezca (ya no entre un 1% y un 5%), porque el que lleva las cuentas es él y no el currito.
¡A la ducha!

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